Habiendo visitado la mayoría de las islas habitadas por los Paradiseae, con la esperanza de obtener
buenos especímenes de esas extraordinarias aves, y algún conocimiento de sus
hábitos y distribución, he pensado que un resumen de mis varios viajes, con las
causas que condujeron a su éxito sólo parcial, podría ser no poco interesante.
Hacia el cierre del año 1856, estando entonces en Macassar
en la isla de Célebes, me presentaron al capitán de un prao que comerciaba con
las Islas Aru, quien me aseguró que dos clases de Aves del Paraíso eran abundantes
allí, la de tipo grande amarilla y la pequeña roja; las Paradiseae apoda y regia
de los naturalistas.
Él parecía pensar que no había ninguna duda de que yo podría
obtenerlas ya sea comprándoselas a los nativos o cazándolas yo mismo. Así
entusiasmado, acordé con él un pasaje de ida y de vuelta (su estadía sería de
seis meses), y realicé todos mis preparativos para empezar hacia mitad de
diciembre.
Nuestro navío era un prao malayo de unas 100 toneladas de
carga, difiriendo ampliamente de cualquier cosa vista en aguas europeas. La
cubierta se inclinaba descendiendo hacia la proa, los dos timones estaban
colgados de mimbres y sogas en la popa, los mástiles eran triángulos parados en
las cubiertas, y la enorme vela de esterilla, considerablemente más larga que
la embarcación, con su percha de bambús, se elevaba en un gran ángulo,
compensando la baja altura del mástil. En ese extraño navío, que, bajo
circunstancias muy favorables, avanzaba a casi cinco millas por hora, y con tripulantes buguineses, quienes
parecían tener una voz en casos de dificultad o peligro, hicimos el viaje de
alrededor de mil millas perfectamente seguros y muy amenamente; de hecho, de
todos los viajes por mar que realicé, este fue uno de los más placenteros.
Al llegar al asentamiento comercial de los buguineses en
Dobbo, hallé que la pequeña isla en la que está situado no contenía ningún Ave
del Paraíso. Cuando estaba tratando de organizar un viaje a la isla mayor, una
flotilla de piratas de Magindano hizo aparición, provocando estragos, y
alborotando todo el lugar; y fue sólo algún tiempo después de que se habían ido
que la confianza comenzó a recuperarse, y los nativos pudieron ser persuadidos
a emprender el más corto viaje. Esto me demoró dos meses en Dobbo sin ver un
Ave del Paraíso.
Cuando, sin embargo, arribé a la isla principal y remonté un
pequeño arroyo hasta una aldea nativa, pronto obtuve un espécimen del adorable P. regia, que, cuando me fue traído por
primera vez, despertó en mí una admiración y un deleite tan grandes como nunca
he sentido en ocasión similar. No vería aún a la especie más grande; y los
nativos me aseguraron que pasarían algunos meses antes de que su plumaje
alcanzara la perfección, cuando acostumbraban a congregarse y podría ser
obtenida más fácilmente. Esto resultó ser correcto; y fue unos cuatro meses
después de mi llegada a Dobbo que obtuve mi primer espécimen de P. apoda con plumaje completo. Esto fue
cerca del centro de la isla grande de Aru; y allí, con la asistencia de los
nativos, conseguí la primera buena serie que arribó a Inglaterra.
Mientras estuve en Dobbo tuve frecuentes conversaciones con
los comerciantes buguineses y con el Rajah de Goram, quienes me aseguraron que
en la parte norte de nueva Guinea podría viajar con seguridad, y que en Mysol,
Waigiou, Salwatty y Dorey podría obtener todas las clases diferentes de Paradiseae. Sus relatos me entusiasmaron
tanto que no podía pensar en nada más; y luego de otra excursión en Célebes me
dirigí a Ternate, la mejor base para las Moluccas y Nueva Guinea. Habiendo
encontrado una goleta próxima a partir en su viaje anual de comercio hacia la
costa norte de Nueva Guinea, convine un pasaje a Dorey, y el ser recogido al
retorno del navío luego de un intervalo de tres o cuatro meses. Arribamos allí,
luego de un tedioso viaje, en abril de 1858, y empecé mi segunda búsqueda de
Aves del Paraíso.
Fui a Dorey confiando por completo en que tendría éxito, y
me creía extremadamente afortunado de poder visitar esa particular localidad;
porque fue allí que Lesson, en el barco de exploración francés “Coquille”,
obtuvo de los nativos pieles de al menos ocho especies, Paradiseae papuana, regia, magnifica, superba,
sexsetacea, Astrapia nigra, Epimachus magnus y Sericulus
aureus. ¡Era toda una posibilidad para mí! La sola ilusión me hacía
emocionar con expectativa.
Mi decepción puede por tanto ser imaginada cuando,
prontamente luego de llegar, mis brillantes esperanzas se oscurecieron. En vano
pregunté por los cazadores de aves nativos; ninguno sería encontrado allí; y los habitantes me aseguraron que ni una sola Ave del Paraíso
de ninguna clase fue jamás preparada por la gente de Dorey, y que sólo la
amarilla común (P. papuana) era
hallada en el distrito. Así se presentaron las cosas; por lo que no pude
conseguir más que unas pocas P. papuana,
algunas hembras de P. regia y un
macho joven de Seleucides alba, una
especie que Lesson no menciona. Sin
embargo, Lesson indudablemente obtuvo todas las aves que menciona en Dorey;
pero los nativos son grandes comerciantes y están constantemente haciendo
viajes a lo largo de la costa y a las islas vecinas, donde compran Aves del
Paraíso y las venden nuevamente a los praos buguineses, comerciantes de Molucca
y barcos balleneros que anualmente visitan el puerto de Dorey. Lesson debe
haber estado allí en un buen momento, cuando debió darse una acumulación de
aves; yo en uno malo, por lo que no pude comprar una sola ave rara durante todo
el tiempo que permanecí allí. También sufrí mucho por la visita de un vapor holandés
que hacía una exploración cartográfica, el cual, por la necesidad de carbón,
estuvo en el puerto de Dorey por un mes; y durante ese tiempo no obtuve nada de
los nativos, cada espécimen era llevado a bordo del vapor, donde las aves e
insectos más comunes eran comprados a altos precios. Durante ese período dos
pieles de Astrapia nigra fueron traídas
por un comerciante buguinés y vendidos a un ornitólogo amateur a bordo; y nunca
tuve otra chance de conseguir una piel de esta rara y hermosa ave.
Toda la gente en Dorey estuvo de acuerdo de que Amberbaki,
cerca de 100 millas al oeste, era el lugar para las Aves del Paraíso, y que
casi todas las diferentes clases serían encontradas allí. Determinado a
esforzarme para mantenerlos seguros, envié mis dos mejores hombres con diez
nativos y una gran cantidad de bienes para estar una quincena allí, con
instrucciones de cazar y comprar todo cuanto pudieran. Ellos volvieron, aunque
no trajeron absolutamente nada. No pudieron comprar otras pieles más que las
del común P. papuana, y no hallaron
ningún ave excepto por un único espécimen de P. regia. Se les aseguró que todas las aves provenían de un viaje
de dos o tres días en el interior, por sobre varios cordones de montañas, y
nunca eran vistas cerca de la costa. La gente de la costa nunca va hacia allá,
ni lo hacen los montañeses quienes las matan y evitan que lleguen a la costa,
pero se las venden a los habitantes de las aldeas intermedias, donde la gente
de la costa va a comprarlas. Ésta se las vende a la gente de Dorey o a algún
otro comerciante nativo; de modo tal que los especímenes que Lesson compró
habían ya pasado por tres o cuatro manos.
Estas decepciones, con una escasez de comida que a veces se
acercó a la inanición, y enfermedad casi constante tanto en mí mismo como en mis
hombres, uno de quienes murió por disentería, me hicieron sentir muy alegre
cuando la goleta retornó y me sacó de Dorey. Había ido allí con las más
brillantes esperanzas, las cuales pensé que estaban plenamente justificadas por
los hechos que se conocían antes de mi visita; y sin embargo, en lo que
concierne a mi objetivo especial (las Aves del Paraíso), no conseguí
prácticamente nada.
Estando mi ardor por los viajes a Nueva Guinea un tanto
abatido, por el siguiente año y medio me dediqué a las Moluccas; pero en enero
de 1860, habiéndoseme unido (cuando en Amboyna) mi asistente Mr. Allen, tracé
un plan para explorar más del país de las Paradiseae,
enviando a Mr. Allen a Mysol, mientras yo, luego de hacer el circuito de la isla de Ceram, pasaba a
visitarlo con equipamiento y provisiones
para proseguir a Waigiou, retornando ambos independientemente para reunirnos en
Ternate en el otoño.
Me fue asegurado por comerciantes de Goram y buguineses que
Mysol era el mejor lugar para las Aves del Paraíso, y que allí eran más bellas
y abundantes que en cualquier otro
sitio. Para Waigiou tenía, además de la autoridad de los comerciantes nativos,
la de Lesson, quien visitó la costa norte por unos pocos días, y menciona siete
especies de Aves del Paraíso que compró allí.
Estas dos prometedoras expediciones se volvieron
desafortunadas en todo aspecto. Al
llegar a Goram, luego de mucha dificultad y demora, encontré imposible
realizar el viaje que había proyectado sin una embarcación de mi propiedad.
Compré entonces un pequeño prao nativo de unas ocho toneladas, y luego de
gastar un mes en reforzarla y adaptarla, y habiendo con gran dificultad
conseguido una tripulación nativa, pagándoles la mitad de su salario por
adelantado, y superando todas las dificultades y objeciones que cada uno de
ellos hizo a empezar cuando todo estaba listo, finalmente partimos, y me sentí
orgulloso por lo favorable de mis chances. Al tocar Ceramlaut, el punto de
encuentro de los comerciantes de Nueva Guinea, invertí todo mi escaso efectivo
en artículos para trocar con los nativos, y luego proseguí hacia Mysol.
Al siguiente día, sin embargo, estando obligado a anclar en
la costa este de Ceram por mal tiempo, toda mi tripulación huyó durante la
noche, dejándome a mí y a mis dos cazadores de Amboyna para que sigamos como
pudiéramos. Con gran dificultad conseguí otros hombres para que nos llevaran hasta
Wahai, en la costa norte de Ceram, frente a Mysol, y allí tuve oportunidad de
tomar una improvisada tripulación de cuatro hombres dispuestos a ir conmigo a
Mysol, Waigiou y Ternate. En el lugar encontré una carta de Mr. Allen,
contándome que le faltaba arroz y otras cosas básicas, y estaba esperando mi
llegada para ir a la costa norte de Mysol, donde solamente las Paradiseae podrían ser obtenidas.
Tratando de cruzar el estrecho, de setenta millas de ancho,
entre Ceram y Mysol, sopló un fuerte viento este que nos desvió de nuestro
curso; de manera tal que pasamos al oeste de la isla sin posibilidad de volver
hacia ella. Mr. Allen, siéndole imposible vivir sin arroz, debió retornar a
Wahai, muy contra su voluntad, y estuvo allí dos meses esperando un suministro
desde Amboyna. Cuando fue capaz de retornar a Mysol, tuvo sólo una quincena en
el mejor sitio en la costa norte, cuando el último bote de la temporada partió,
y se vio obligado a aprovechar su última chance de regresar a Ternate.
Durante esta desafortunada serie de accidentes sólo fue
capaz de conseguir un único espécimen de P.
papuana, que allí es más bello que en la mayoría de los otros lugares,
algunos de Cicinnurus regius y de P. magnifica sólo una piel nativa,
aunque esta hermosa y pequeña especie no es rara en la isla, y durante una
estadía más larga podría haber sido obtenida fácilmente.
Mi propio viaje estuvo plagado de infortunios. Luego de
pasar Mysol, perdí dos de mis escasos tripulantes en una pequeña isla desierta,
al romperse nuestra ancla mientras ellos estaban en la costa, y una fuerte
corriente nos arrastrara alejándonos
rápidamente. Uno de ellos era nuestro piloto; y, sin un mapa o conocimiento
alguno de las costas, tuvimos que andar torpemente sin la tripulación necesaria
nuestro camino entre piedras y arrecifes e innumerables islas que rodean las
costas rocosas de Waigiou. Nuestra pequeña embarcación estuvo cinco veces en
las rocas en el lapso de veinticuatro horas, y un poco más de viento o marejada
habría en varios casos provocado nuestra destrucción. Al llegar a nuestro lugar
de descanso en la costa sur de Waigiou, inmediatamente envié un bote nativo a
la búsqueda de mis marineros perdidos, el cual, sin embargo, retornó en una
semana sin ellos, debido al mal tiempo. Nuevamente fueron persuadidos a hacer
el intento, y esta vez retornaron con ellos muy débiles y demacrados, ya que habían vivido un mes en un mero banco
de arena, de alrededor una milla de diámetro, subsistiendo de mariscos y los
brotes suculentos de una Bromelia
salvaje.
Me dediqué entonces a una investigación de la historia
natural de Waigiou, con grandes expectativas generadas por el relato de Lesson,
quien dice haber comprado las tres verdaderas Paradiseae, además de P.
magnifica y P. sexsetacea, con Epimachus magnus y Sericulus aureus, en la isla, y menciona también varios raros Psittaci como probablemente hallados
allí. Sin embargo, pronto verifiqué a partir del testimonio universal de los
habitantes, confirmado luego por mi propia observación, que ninguna de estas
especies existe en la isla, excepto por P.
rubra, que es la única representante de Paradiseidae
y Epimachidae, y está estrictamente
limitada a este sitio.
Con una cantidad de dificultades mayor a la habitual,
privaciones y hambre, logré obtener una buena serie de esta hermosa y
extraordinaria ave; y tres meses de colectar diligentemente no produjeron otra especie merecedora de
atención. Los loros y palomas eran todos de especies conocidas; y no había
realmente nada en la isla que la hiciera valer la pena para ser visitada por un
naturalista, excepto por P. rubra,
que no puede ser obtenida en ninguna otra parte.
Nuestras dos expediciones a dos casi desconocidas islas
papuanas agregaron tan sólo una especie a los Paradiseae que antes había obtenido de Aru y Dorey. Estos viajes
nos ocuparon por casi un año; separándonos en Amboyna en febrero, y
reuniéndonos nuevamente en Ternate en noviembre, y no fue hasta el siguiente
enero que cualquiera de ambos fue capaz de empezar otra vez en un viaje nuevo.
En Waigiou aprendí que las Aves del Paraíso provienen todas
de tres lugares en la costa norte, entre Salwatty y Dorey: Sorong, Maas y
Amberbaki. Para el último traté sin éxito desde Dorey; para Maas, se dice que
los nativos que consiguen las aves viven a un viaje de tres días hacia el
interior, y que son caníbales; pero para Sorong, que está cerca de Salwatty,
ellos estaban a sólo un día de la costa, y eran menos peligrosos para
visitarlos. En Mysol, Mr. Allen había recibido cierta información similar; y
por tanto resolvimos que él debería hacer otro intento en Sorong, donde se nos
aseguraba que todas las clases podrían ser obtenidas. Estando la totalidad del
país bajo la jurisdicción del Sultán de Tidore, obtuve, a través del residente
Holandés en Ternate, un teniente de Tidore y dos soldados para acompañar a Mr.
Allen como una protección, y para facilitar sus operaciones consiguiendo
hombres y visitando el interior.
A pesar de estas precauciones, Mr. Allen se enfrentó con
dificultades en este viaje que no habíamos encontrado antes. Para entenderlo, es
necesario considerar que las Aves del Paraíso son un artículo de comercio, y
son el monopolio de los jefes de las aldeas costeras, quienes las obtienen a
bajo precio de los montañeses, y se las venden a los comerciantes buguineses.
Una parte es también pagada cada año como tributo al Sultán de Tidore. Los
nativos son por tanto muy celosos de un extraño, especialmente un europeo,
interfiriendo con su comercio, y más aun yendo hacia el interior para tratar
con los montañeses por su parte. Pensaban por supuesto que él aumentaría los
precios en el interior, y bajaría la demanda en la costa, para su enorme
desventaja; pensaban también que su tributo sería aumentado si un europeo volvía
trayendo consigo una cantidad de las clases raras; y tenían además un vago y
muy natural temor de alguna intención oculta en un hombre blanco llegando con
tantas dificultades y gastos a su país sólo para conseguir Aves del Paraíso, de
las que ellos sabían podían ser compradas en cantidad en Terrnate, Macassar o
Singapur.
Ocurrió entonces que cuando Mr. Allen arribó a Sorong y
explicó sus intenciones de ir a buscar
Aves del Paraíso en el interior, se elevaron innumerables objeciones. Se le
dijo que eran tres o cuatro días de
viaje por pantanos y montañas; que los montañeses eran salvajes y caníbales,
que de seguro lo matarían; y, finalmente, que no podría encontrarse en la aldea
un hombre que se atreviera a ir con él. Luego de pasar algunos días en estas
discusiones, como él aún insistía en hacer el intento, y les mostró su
autoridad proveniente del Sultán de Tidore como para ir a donde le placiera y
recibir toda asistencia, ellos le proveyeron de un bote para ir la primera
parte del viaje río arriba; sin embargo, al mismo tiempo mandaron órdenes en
secreto hacia las aldeas del interior para que se rehusaran a venderle
provisiones, para así obligarlo a retornar. Al arribar a la aldea donde debía
abandonar el río y penetrar tierra adentro, la gente de la costa se regresó,
dejando a Mr. Allen para que continuara como pudiera. Aquí el recurrió al
teniente de Tidore para que lo asistiera y procurara hombres como guías y para
cargar su equipaje a las aldeas de los montañeses. Esto, sin embargo, no fue
hecho tan fácilmente; una discusión tuvo lugar, y los nativos, rehusándose a
obedecer las órdenes un tanto duras del teniente, sacaron sus cuchillos y
lanzas para atacarlo a él y sus soldados, y Mr. Allen se vio obligado a
interferir para proteger a aquellos que habían ido para cuidarlo. El respeto
debido a un hombre blanco y el oportuno reparto de algunos regalos prevaleció;
y al mostrar los cuchillos, hachas y cuentas que estaba dispuesto a dar a
aquellos que lo acompañaran, se restauró la paz, y al día siguiente, viajando
por un terreno terriblemente irregular, llegaron a las aldeas de los montañeses. Aquí Mr.
Allen permaneció un mes, sin ningún intérprete mediante el cual pudiera entender
una sola palabra o comunicar una necesidad. Sin embargo, mediante señas y
regalos y numerosos trueques se las arregló bastante bien, con algunos de ellos
acompañándolo todos los días al bosque para cazar, y recibiendo un pequeño presente en caso de
éxito.
Sin embargo, en el importante asunto de las Aves del
Paraíso, fue poco lo que se hizo. Sólo una especie adicional fue hallada, el Seleucides alba, del cual él ya había obtenido un espécimen en la isla de
Salwatty en su camino a Sorong; por lo que en este tan aclamado lugar en las
montañas, y entre nativos atrapa aves, nada nuevo se consiguió. El P. magnifica, decían, se encontraba
allí, pero era escaso; el Sericulus
aureus también raro; Epimachus magnus,
Astrapia nigra, Parotia sexsetacea y Lophorina
superba no estaban ahí, sino sólo mucho más allá en el interior, además del
pequeño y adorable loro Charmosyna
papuana. Es más, ni en Sorong ni en Salwatty pudo él obtener una sola piel
nativa de las especies más raras.
Así concluyó mi búsqueda de estas hermosas aves. Cinco
viajes a diferentes partes del distrito que habitan, cada uno ocupando para su
preparación y ejecución la mayor parte de un año, me dieron sólo cinco especies
de las trece que se sabe existen en Nueva Guinea. Las clases conseguidas son
aquellas que habitan las zonas cercanas a las costas de Nueva Guinea y sus
islas, las restantes parecerían estrictamente confinadas a las extensiones
montañosas centrales de la península norte; y nuestras investigaciones en Dorey
y Amberbaki, cerca de un extremo de esta península, y en Salwatty y Sorong,
cerca del otro, me posibilitaron determinar con cierta certeza el lugar nativo
de estas raras y adorables aves, de las cuales buenos especímenes no han sido
vistos nunca aún en Europa. Debe considerarse como algo en cierto modo
extraordinario que durante cinco años de
residencia y viajes en Célebes, las Moluccas y Nueva Guinea nuca fui capaz de
comprar pieles de la mitad de las especies que Lesson, cuarenta años atrás,
obtuvo durante unas pocas semanas en los mismos países. Creo que todas, excepto
la especie de comercio habitual, son ahora mucho más difíciles de obtener de lo
que eran incluso veinte años atrás; y lo atribuyo principalmente al haber sido
perseguidas por los oficiales holandeses a través del Sultán de Tidore. Los
jefes de las expediciones anuales para recolectar el tributo, han tenido
órdenes de conseguir todos los raros tipos de Aves del Paraíso; y como pagan
poco o nada por ellos (es suficiente decir que son para el Sultán), los jefes
de las aldeas costeras podrían rehusarse en el futuro a comprarlas a los
montañeses, restringiéndose en cambio a las especies más comunes, que son menos
buscadas por los amateurs, pero son para ellos una mercancía rentable. Las
mismas causas frecuentemente conducen a los habitantes de países no civilizados
a ocultar algunos minerales u otros productos naturales que les pueden ser
conocidos, por miedo a pagar un tributo mayor, o por traer hacia ellos una
nueva labor opresiva.
He dado este breve resumen de mi búsqueda de las Aves del
Paraíso, deteniéndome apenas en las muchas dificultades y peligros que pasé,
porque temo que los algo escasos resultados de mis actividades puedan haber
llevado a la opinión de que fallaron por falta de juicio o perseverancia. Sin
embargo, confío en que la mera enumeración de mis viajes mostrará que la
paciencia y perseverancia no faltaron en absoluto; pero debo declararme
culpable de haber sido confundido y mal informado, primero por Lesson y luego
por todos los comerciantes nativos, no habiéndoseme ocurrido nunca (y creo que
no se le ha ocurrido a nadie), que las aves difícilmente habitan los distritos en los que más frecuentemente pueden
ser compradas. Pero así son las cosas, porque ni en Dorey, ni en Salwatty, ni
en Waigiou, ni en Mysol se encontrará viva alguna de las especies más raras. No
sólo esto, incluso en Sorong, donde los jefes de Waigiou van cada año y compran
toda clase de Aves del Paraíso, resulta que la mayoría de los especímenes son
traídos desde las extensiones montañosas centrales por los nativos de esos
lugares, y alcanzan la costa en sitios donde no es seguro ir para los praos de
comerciantes, debido a la falta de ancladeros en una costa con rocas expuestas.
La naturaleza parece haber tomado todas las precauciones
para que estos, sus tesoros más preciados, no puedan perder valor por ser
conseguidos muy fácilmente. Primero, encontramos una costa abierta, sin puerto,
inhóspita, expuesta por completo al oleaje del Océano Pacífico; luego, un país
accidentado y montañoso, cubierto con densos bosques, que presenta en sus
pantanos y precipicios y cumbres aserradas una barrera casi infranqueable hacia
las regiones centrales; y finalmente, una raza del carácter más salvaje y
despiadado, en el estado más bajo de civilización. En tal país y entre tal
gente son encontradas estas maravillosas producciones de la naturaleza. En esa
desolación impenetrable ellas deben exhibir esa exquisita belleza y ese
maravilloso desarrollo de plumaje, para provocar admiración y asombro entre las
más civilizadas y más intelectuales razas del hombre. Una pluma es de por sí un
objeto maravilloso y bello. Un ave vestida con plumas es casi necesariamente
una criatura hermosa. Cuánto, entonces, debemos asombrarnos y admirar la
modificación de plumas simples en las cintas rígidas, lustrosas y onduladas que
adornan a P. rubra, la masa de plumas
etéreas en P. apoda, los penachos y
“alambres” de Seleucides alba, o los capullos dorados portados sobre ligeros
tallos que surgen de la cola de Cicinnurus regius; mientras que sólo gemas y metales pulidos pueden compararse con los
tonos que adornan el pecho de Parotia sexsetacea y Astrapia
nigra, y las inmensamente desarrolladas plumas del hombro de Epimachus magnus.
Señalaré ahora la distribución de las especies de Aves del
Paraíso, hasta donde fui capaz de establecer. Las Islas Aru contienen P. apoda y P. regia; y no tenemos conocimiento positivo de que P.
apoda se encuentre en algún otro lugar. Mysol tiene P. papuana, P. regia y P. magnifica; Waigiou solamente P. rubra. Salwatty, aunque tan cerca de
Nueva Guinea, no tiene ningún Paradiseae que
se restrinja a ella, pero posee P. regia,
P. magnifica, Ep. Albus y Sericulus aureus.
La isla de Jobie, y las Islas Mysory más allá de ésta, sin duda contienen
verdaderas Paradiseae; pero no se
sabe qué especies además de P. papuana.
Los distritos costeros de la parte norte de Nueva Guinea contienen P. papuana y P. regia distribuidas bastante en general, mientras que P. magnifica, P. alba y Sericulus aureus
son escasas y locales. Finalmente, las montañas centrales de la península norte
están habitadas por Lophorina superba, Parotia sexsetacea, Astrapia
nigra, Epimachus magnus y Craspedophora magnifica; y
aquí también existen probablemente los singulares Diphyllodes wilsoni y Paradigalla
carunculata.
El más ampliamente distribuido de los Paradiseae es por tanto el pequeño P. regia, el cual es hallado en cada isla excepto en Waigiou. Le
sigue, probablemente más abundante en individuos, P. papuana,
faltando solamente en Aru, Salwatty y Waigiou. La próxima
especie más ampliamente distribuida es P.
magnifica, estando en dos islas (Salwatty y Mysol) como también en continente.
Las otras especies son todas halladas sólo en continente, con la excepción de P. apoda (probablemente restringida a
Aru) y P. rubra, la que, estando
ciertamente confinada a la pequeña isla de Waigiou, presenta el rango más
restringido de toda la familia.
Es interesante destacar que todas las islas en las que
verdaderas Paradiseae son halladas
están conectadas por bancos poco profundos con la masa continental de Nueva
Guinea. La línea de cien brazas incluye a las islas de Aru, Mysol, Waigiou y Jobie,
las que probablemente han estado, en un período geológico no distante,
conectadas con Nueva Guinea; mientras Ké, Ceram, etc., están separadas de
ésta por mar profundo, y en ellas no
existen Paradiseae.
La isla de Gilolo, en la que el género Semioptera está presente, se extiende hacia Waigiou, y tiene a la
isla de Guebe exactamente entre las dos, sugiriendo la posibilidad de una
conexión allí, pero la profundidad del mar intermedio es desconocida.
Debe ser considerado como cierto el que cada especie de Ave
del Paraíso obtenida de los nativos ha venido de la península norte de Nueva
Guinea, siendo esta la parte más frecuentada por los comerciantes malayos. La
vasta extensión de país al este de la longitud 136° es desconocida; pero debe
haber pocas dudas de que contiene otras y quizás aún más maravillosas formas de
este bello grupo de aves. Si miramos alrededor de toda la circunferencia del
globo, seremos incapaces de encontrar una región a la vez tan prometedora para
el naturalista y tan absolutamente una “terra incognita” como lo es esta gran
tierra tropical; y debe tenerse la esperanza de que nuestros exploradores y
naturalistas puedan pronto ser inducidos para dirigir su atención a este hasta
ahora desconocido país.
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Texto en versión original en inglés:
John van Wyhe, ed. 2012-. Wallace Online. (http://wallace-online.org/). RECORD: S67. Wallace, A. R. 1862. Narrative of search
after Birds of Paradise. Proceedings
of the Zoological Society of London 1862 (27 May): 153-161.