Uno de los
argumento más fuertes que se han dado para probar lo original y permanente en
lo que distingue a las especies es, que las variedades producidas en un estado
de domesticidad son más o menos inestables, y frecuentemente tienen una
tendencia, si se las abandona a sí mismas, a retornar a la forma normal de la
especie parental; y esta inestabilidad es considerada una peculiaridad
distintiva de todas las variedades, incluso de aquellas existiendo entre los
animales salvajes en estado de naturaleza, como también de constituir un
reaseguro para preservar inalteradas las distintas especies originalmente
creadas.
En ausencia o
con escasos hechos y observaciones sobre variedades existiendo entre los
animales salvajes, este argumento ha tenido gran peso entre los naturalistas, y
ha conducido a una creencia muy general y un tanto prejuiciosa sobre la
estabilidad de las especies. Igualmente general, sin embargo, es la creencia en
las que son llamadas “variedades permanentes o verdaderas” – razas de animales
que continuamente propagan su tipo, pero que difieren tan ligeramente (aunque
de manera constante) de alguna otra raza, que una es considerada una variedad
de la otra. Cuál es la variedad y cuál es la especie original, no hay
generalmente un medio para determinarlo, excepto en aquellos raros casos en los
que se sabe que una de las razas produce una descendencia diferente a sí misma
y que se asemeja a la otra. Esto, sin embargo, parecería bastante incompatible con
la “permanente invariabilidad de las especies”, pero la dificultad se supera al
asumir que tales variedades tienen límites estrictos, y nunca pueden nuevamente
variar más desde el tipo original, aunque pueden retornar a él, lo cual, a
partir de la analogía de los animales domesticados, se considera altamente
probable, si no certeramente probado.
Se observará
que este argumento descansa enteramente en la suposición, de que las variedades
existiendo en un estado de naturaleza son en todos los respectos análogas o
incluso idénticas a aquellas de los animales domésticos, y están gobernadas por
las mismas leyes en lo que refiere a su permanencia o variación adicional. Pero
es el objeto del presente artículo el mostrar que este supuesto es por completo
falso, que hay un principio general en la naturaleza que causará que muchas
variedades sobrevivan a la especie parental, y que den origen a sucesivas
variaciones apartándose más y más del tipo original, y que también produce, en
animales domesticados, la tendencia de las variedades a retornar a la forma
parental.
La vida de los
animales salvajes es una lucha por la existencia. El ejercicio pleno de todas
sus facultades y todas sus energías se requiere para preservar su propia
existencia y cuidar de su prole. La posibilidad de conseguir alimento durante
las estaciones menos favorables, y de escapar de los ataques de sus más
peligrosos enemigos, son las condiciones primarias que determinan la existencia
tanto de los individuos como de las especies enteras. Estas condiciones
determinarán también el tamaño de la población de una especie; y por una
consideración cuidadosa de todas las circunstancias estaremos capacitados para
entender, y en algún grado explicar, lo que a primera vista parece inexplicable
– la abundancia excesiva de algunas especies, mientras otras estrechamente
relacionadas a ellas son muy raras.
La proporción
general que debe obtenerse entre ciertos grupos de animales se ve rápidamente.
Los animales grandes no pueden ser tan abundantes como los pequeños; los
carnívoros deben ser menos numerosos que los herbívoros; águilas y leones nunca
pueden ser tan abundantes como palomas y antílopes; los asnos salvajes de los
desiertos de Tartaria no pueden igualar en número a los caballos de las más
fértiles praderas y pampas de América. La mayor o menor fecundidad de un animal
es frecuentemente considerada como una de las principales causas de su
abundancia o escasez; pero una consideración de los hechos nos mostrará que
esto en realidad tiene poco o nada que ver con el asunto. Incluso el menos
prolífico de los animales incrementaría rápidamente su cantidad si no fuera
controlado, mientras que es evidente que la población animal del globo debe ser
estacionaria, o quizás, por la influencia del hombre, decreciente. Puede que
haya fluctuaciones; pero incremento permanente, excepto en localidades
restringidas, es casi imposible. Por ejemplo, nuestra propia observación debe
convencernos de que las aves no continúan aumentando cada año a una razón
geométrica, como lo harían, de no haber algún poderoso control a su incremento
natural. Muy pocas aves producen menos de dos crías cada año, mientras que
muchas pueden tener seis, ocho, o diez; cuatro estará ciertamente por debajo
del promedio; y supongamos que cada pareja tiene pichones sólo cuatro veces en
su vida, lo que también estaría por debajo del promedio, si es que no mueren ya
sea de manera violenta o falta de comida. Incluso a esta tasa ¡cuán tremendo
sería el incremento en unos pocos años a partir de una sola pareja! Un simple
cálculo mostrará que en quince años cada par de aves habría dado un incremento
cercano a los diez millones, mientras que no tenemos razón para creer que el
número de aves de ningún país se haya incrementado en absoluto en quince o en
ciento cincuenta años. Con tal poder de incremento la población debe haber
alcanzado su límite, y haberse tornado estacionaria, en muy pocos años luego
del origen de cada especie. Es evidente, por tanto, que cada año un inmenso
número de aves debe perecer – de hecho tantas como las que nacen; y como en la
estimación más baja la progenie es cada año el doble de numerosa que sus
padres, se deduce que, cualquiera sea el número promedio de individuos
existiendo en un dado país, el doble de ese número debe perecer anualmente, -
un resultado impactante, pero uno que parece al menos altamente probable, y
está quizás por debajo más que por encima de la verdad. Parecería entonces que,
en lo que concierne a la continuidad de la especie y al mantenimiento del
número promedio de individuos, las nidadas grandes son superfluas. En el
promedio todo lo que está por encima de uno
se torna comida para halcones y milanos, gatos salvajes y comadrejas, o muere
de frío y hambre al aproximarse el invierno. Esto está notablemente probado
para el caso de especies particulares; para las que encontramos que su
abundancia en individuos no guarda relación alguna con su fertilidad al
producir descendencia. Quizás el más remarcable ejemplo de una población de
aves inmensa es el de la paloma pasajera de los Estados Unidos, que pone sólo
uno, o como mucho dos huevos, y se dice que generalmente cría sólo un pichón.
¿Por qué es esta ave tan extraordinariamente abundante, mientras otras
produciendo dos o tres veces más crías son mucho menos numerosas? La
explicación no es difícil. La comida más agradable a esta especie, y con la que
mejor prospera, está abundantemente distribuida por una región muy extensa, que
ofrece diferencias tales de suelo y clima, que en una parte u otra del área el
suministro nunca falla. El ave es capaz de un vuelo muy rápido y continuado, por
lo que puede pasar sin fatiga por encima de todo el distrito en que habita, y
tan pronto como el suministro de comida comienza a fallar en un lugar es capaz
de descubrir un sitio de alimentación fresco. Este ejemplo muestra claramente
que el conseguir un suministro constante de comida es casi la única condición
requerida para asegurar el rápido incremento de una dada especie, ya que ni la
fecundidad limitada, ni los ataques de las aves de presa y del hombre son aquí
suficientes para controlarlo. No hay otras aves en la que estas circunstancias
particulares estén tan extraordinariamente combinadas. Ya sea que su comida es
más propensa a faltar, o que no tengan suficiente fuerza en las alas para
buscarla en un área extensa, o que durante alguna estación se torne muy escasa
y sustitutos menos nutritivos deban ser hallados; entonces, aunque más fértiles
en su descendencia, nunca pueden incrementarse más allá del suministro de
comida en la menos favorable de las estaciones. Muchas aves pueden subsistir
sólo migrando, cuando su comida se vuelve escasa, a regiones con un clima más
suave, o al menos diferente, aunque, ya que estas aves migratorias son pocas
veces excesivamente abundantes, es evidente que los países que visitan son aún
deficientes en un suministro constante y abundante de comida. Aquellas cuya
organización no les permite migrar cuando su comida se torna periódicamente
escasa, no podrán nunca alcanzar una gran población. Probablemente ésta es la
razón por la que los pájaros carpinteros son escasos entre nosotros, mientras
que en los trópicos están entre las más abundantes de las aves solitarias. Así
el gorrión doméstico es más abundante que el petirrojo, porque su comida es más
constante y copiosa, - las semillas de pastos se preservan durante el invierno,
y nuestros corrales y campos de rastrojo constituyen un suministro casi
inagotable. ¿Por qué, por regla general, son las aves acuáticas, y en especial
las marinas, muy numerosas en
individuos? No por ser más prolíficas que otras, generalmente lo
contrario; sino porque su comida nunca falta, con las costas marinas y las
márgenes de los ríos a diario repletas con un suministro fresco de pequeños
moluscos y crustáceos. Exactamente las mismas leyes aplicarán para los
mamíferos. Los gatos salvajes son prolíficos y tienen pocos enemigos; ¿Por qué
entonces no son nunca tan abundantes como los conejos? La única respuesta
inteligente es que su suministro de comida es más precario. Parece evidente,
por tanto, que mientras un país permanezca físicamente inalterado, los números de su
población animal no podrán materialmente aumentar. Si una especie lo hace, algunas
otras requiriendo el mismo tipo de comida deben disminuir en proporción. El
número de muertes anuales debe ser inmenso; y dado que para su existencia
individual cada animal depende de sí mismo, aquellos que mueren deben ser los
más débiles – los muy jóvenes, los viejos y los enfermos, - mientras que
aquellos que prolongan su existencia pueden ser sólo los más perfectos en salud
y vigor – aquellos que son los más capaces de obtener alimento regularmente, y
evitar sus numerosos enemigos. Se trata de, como comenzamos destacando, “una
lucha por la existencia”, en la que el débil y menos perfectamente organizado
deberá siempre sucumbir.
Está ahora
claro que lo que toma lugar entre los
individuos de una especie debe también ocurrir entre las varias especies
relacionadas de un grupo, - es decir, que aquellas que están mejor adaptadas
para obtener un suministro regular de comida, y para defenderse de los ataques
de sus enemigos y de las vicisitudes de las estaciones, deben necesariamente
obtener y mantener una superioridad en tamaño poblacional; mientras aquellas
especies que por algún defecto de fuerza u organización son las menos capaces
de contrarrestar las vicisitudes de la provisión de alimento, etc., deben
disminuir en números, y, en casos extremos, extinguirse por completo. Entre
estos extremos las especies presentarán varios grados de capacidad para
asegurarse los medios de preservación de la vida; y es así como damos cuenta de
la abundancia o rareza de las especies. Nuestra ignorancia generalmente evitará
que vinculemos con precisión los efectos a sus causas; pero podríamos llegar a
conocer perfectamente la organización y hábitos de varias especies de animales,
y podríamos medir la capacidad de cada una para llevar a cabo las diferentes
acciones necesarias para su seguridad y existencia bajo todas las
circunstancias cambiantes que la rodean, y podríamos hasta ser capaces de
calcular la abundancia proporcional de individuos, lo cual es el resultado
necesario.
Si ahora hemos
tenido éxito en establecer estos dos puntos – 1ro, que la población animal de
un país es generalmente estacionaria, siendo limitada por una deficiencia
periódica de comida, y otros controles; y, 2do, que la abundancia o escasez
comparativa de los individuos de las varias especies se debe enteramente a su
organización y hábitos resultantes, la cual, determinando en algunos casos una dificultad
mayor que en otros para conseguir suministro regular de alimento o para
proporcionarse seguridad, puede sólo ser balanceada por una diferencia en la
población que tiene que existir en un área dada – estaremos en condiciones de
proceder a la consideración de las variedades, sobre las que los comentarios
precedentes tienen una aplicación directa y muy importante.
La mayoría o
quizás todas las variaciones de la forma típica de una especie deben tener
algún efecto cierto, aunque leve, en los hábitos o capacidades de los
individuos. Incluso un cambio de color podría, por tornarlos más o menos
distinguibles, afectar su seguridad; un mayor o menor desarrollo de pelo podría
modificar sus hábitos. Cambios más importantes, como un incremento en la fuerza
o dimensiones de los miembros o cualquiera de los órganos externos, afectarían
más o menos su modo de procurarse comida o el área del país que habitan. Es
también evidente que la mayoría de los cambios afectarían, ya sea favorable o
adversamente, las facultades para prolongar la existencia. Un antílope con
patas más cortas o más débiles debe necesariamente sufrir más los ataques de
los felinos carnívoros; la paloma pasajera con alas menos poderosas estará
afectada antes o después en su capacidad para procurarse un suministro regular
de alimento; y en ambos casos el resultado debe necesariamente ser una
disminución en la población de la especie modificada. Si, por otro lado, alguna
especie produjera una variedad con habilidades ligeramente incrementadas para
preservar la existencia, esa variedad debe inevitablemente con el tiempo
adquirir una superioridad numérica. Este resultado debe producirse con la misma
seguridad con que la edad avanzada, intemperancia o escasez de alimento llevan a una mortalidad
incrementada. En ambos casos puede haber muchas excepciones individuales; pero
en el promedio la regla invariablemente se cumplirá. Todas las variedades
caerán entonces dentro de dos clases – aquellas que bajo las mismas condiciones
nunca alcanzarían la población de la especie parental, y aquellas que con el
tiempo obtendrían y mantendrían una superioridad numérica. Ahora, dejemos que
alguna alteración de las condiciones físicas ocurra en el distrito – un largo
período de sequía, una destrucción de la vegetación por langostas, la irrupción
de algún nuevo animal carnívoro buscando “pasturas nuevas” – de hecho cualquier
cambio tendiente a volver la existencia más difícil a la especie en cuestión, y
exigiendo al máximo sus capacidades para evitar la completa exterminación; es
evidente que, de todos los individuos componiendo la especie, aquellos formando
la variedad menos numerosa y más débilmente organizada sufriría primero, y, de
hacerse la presión más severa, deberá pronto extinguirse. De continuar las
mismas causas en acción, la especie parental sufriría luego, gradualmente
disminuiría en números, y con una recurrencia de condiciones desfavorables
similares podría también extinguirse. La variedad superior entonces permanecería
sola, y al retorno de circunstancias favorables incrementaría rápidamente en
números y ocuparía el lugar de la especie y variedad extintas.
La variedad
habría ahora reemplazado a la especie, de la cual ésta sería una forma más
perfectamente desarrollada y más altamente organizada. Estaría en todos los
respectos mejor adaptada para garantizarse su seguridad, y para prolongar su
existencia individual y la de la raza. Tal variedad no podría retornar a la
forma original; puesto que dicha forma es inferior, y no podría nunca competir con
ella por la existencia. Dada una “tendencia” a reproducir el tipo original de
la especie, aun así la variedad se mantendrá preponderante en números, y bajo
condiciones físicas adversas nuevamente sobrevivirá sola.
Pero esta raza
nueva, mejorada y populosa podría, con el curso del tiempo, dar origen a nuevas
variedades, exhibiendo varias modificaciones divergentes de forma, cualquiera
de las cuales, tendiendo a incrementar las facilidades para preservar la
existencia, debe, por la misma ley general, a su turno volverse predominante.
Aquí, entonces, tenemos progresión y divergencia continua deducida de las leyes
generales que regulan la existencia de los animales en un estado de naturaleza,
y del irrefutable hecho de que las variedades con frecuencia ocurren. Sin
embargo, no se está afirmando que este resultado sería invariable; un cambio de
las condiciones físicas en el distrito podría a intervalos de tiempo
modificarlo materialmente, haciendo que la raza que había sido la más capaz de
mantener la existencia bajo las anteriores condiciones sea ahora la menos
capaz, e incluso causando la extinción de la raza más nueva y, por un tiempo,
superior, mientras que la especie vieja o parental y sus variedades primero
inferiores continúan floreciendo. Variaciones en partes sin importancia podrían
también ocurrir, sin tener efecto perceptible en las capacidades para preservar
la vida; y las variedades así constituidas podrían correr un curso paralelo con
la especie parental, ya sea dando origen a variaciones adicionales o retornando
al tipo anterior. Todo lo que sostenemos es que ciertas variedades tienen una
tendencia a mantener una existencia más larga que la de la especie original, y
esta tendencia se hará apreciable; porque aunque la doctrina de las chances o
promedios nunca será confiable en una escala limitada, sin embargo, si se
aplica a números altos, los resultados se aproximan a lo que la teoría demanda,
y, a medida que nos aproximamos a una infinidad de ejemplos, se torna
estrictamente exacta. Ahora la escala en la que la naturaleza funciona es tan
basta – los números de individuos y períodos de tiempo con los que se maneja se
acercan tanto al infinito, que cualquier causa, aunque leve, y probable de ser
oculta y contrarrestada por circunstancias accidentales, debe al final producir
sus resultados legítimos plenos.
Dediquémonos
ahora a los animales domesticados, e indaguemos sobre cómo las variedades
producidas entre ellos son afectadas por los principios aquí enunciados. La
diferencia esencial en la condición de animales salvajes y domésticos es ésta,
- que entre los primeros, su bienestar y existencia depende del pleno ejercicio
y condición saludable de todos sus sentidos y fuerzas físicas, mientras que,
entre los últimos, estos son sólo parcialmente ejercitados, y en algunos casos
no son usados en absoluto. Un animal salvaje tiene que buscar, y frecuentemente
que trabajar por, cada bocado de comida – ejercitar la vista, el oído y el
olfato al buscarlo, y al evitar peligros, al procurarse refugio de las
inclemencias de las estaciones, y al proveer
para la subsistencia y seguridad de su descendencia. No hay músculo de
su cuerpo que no sea llamado a la actividad cada día y cada hora; no hay ningún
sentido o facultad que no sea fortalecida por ejercicio continuo. El animal
doméstico, por otro lado, tiene comida que se le provee, es resguardado, y
frecuentemente confinado, para cuidarlo de las vicisitudes de las estaciones,
es cuidadosamente puesto a salvo de los ataques de sus enemigos naturales, e
incluso pocas veces crían a su prole sin asistencia humana. Mitad de sus
sentidos y facultades son por completo inútiles; y la otra mitad es sólo
ocasionalmente llamada a débil ejercicio, en tanto que incluso su sistema
muscular es llamado sólo irregularmente a la acción.
Ahora cuando
una variedad de tal animal existe, teniendo fuerza o capacidad incrementada en algún
órgano o sentido, tal incremento es totalmente inútil, nunca es llamado a la
acción, y puede incluso existir sin que el animal llegue nunca a darse cuenta. En
el animal salvaje, por el contrario, todas sus facultades y fuerzas son puestas
en plena acción por las necesidades de la existencia, cualquier incremento se
vuelve inmediatamente disponible, es fortalecido por ejercicio, y debe incluso ligeramente
modificar la comida, los hábitos, y la economía completa de la raza. Se crea en
cierta manera un nuevo animal, uno de facultades superiores, y que
necesariamente aumentará en números y vivirá más que aquellos inferiores a él.
Una vez más,
en el animal domesticado todas las variaciones tienen una misma chance de
continuidad; y aquellas que decididamente harían a un animal salvaje incapaz de
competir con sus compañeros y continuar su existencia no son desventaja de
ningún tipo en un estado de domesticidad. Nuestros cerdos de engorde
rápido, ovejas de patas cortas, palomas
buchonas, y perros caniches nunca podrían haber comenzado a existir en un
estado de naturaleza, porque el mismísimo primer paso hacia tales formas
inferiores habría conducido a la rápida extinción de la raza; aún menos podrían
ahora existir en competencia con formas salvajes relacionadas. La gran
velocidad pero poca resistencia de los caballos de carrera, la fuerza difícil
de manejar de los caballos de tiro del labrador, ambas serían inútiles en un
estado de naturaleza. Si se volvieran salvajes en las pampas, tales animales
probablemente se extinguirían rápido, o bajo circunstancias favorables podrían
perder aquellas cualidades extremas que nunca serían llamadas a la acción, y en
unas pocas generaciones revertirían a un tipo común, en el cual los varios poderes y facultades
están proporcionados para estar mejor adaptados a conseguir alimento y
garantizarse seguridad, - y sólo por el pleno ejercicio de cada parte de su
organización el animal puede continuar viviendo. Las variedades domésticas,
cuando se vuelven salvajes, deben retornar a algo cercano al tipo del
reservorio salvaje original, o extinguirse por completo.
Entonces,
vemos que no pueden deducirse inferencias sobre las variedades en estado de
naturaleza a partir de la observación de aquellas ocurriendo entre los animales
domésticos. Las dos son tan opuestas entre sí en cada circunstancia de su
existencia, que lo que aplica a una es casi seguro que no aplica a la otra. Los
animales domésticos son anormales, irregulares, artificiales; están sujetos a
variedades que nunca ocurren y nunca podrán ocurrir en un estado de naturaleza:
su existencia depende por completo del cuidado del hombre; tan lejos están muchos
de ellos de esa adecuada proporción de facultades, ese verdadero balance de
organización, por la cual un animal dejado solo a sus propios recursos puede
conservar sus existencia y continuar su raza.
La hipótesis
de Lamarck – de que los cambios progresivos en las especies se han producido
por los intentos de los animales de incrementar el desarrollo de sus propios
órganos, y entonces modificar su estructura y hábitos – ha sido repetida y
fácilmente refutada por todos los escritores sobre el tema de variedades y
especies, y parece que se ha considerado que cuando esto estaba hecho todo el
asunto estaba resuelto; pero la opinión aquí desarrollada vuelve a tal
hipótesis por completo innecesaria, al mostrar que resultados similares deben
ser producidos por la acción de principios constantemente trabajando en la
naturaleza. Las poderosas garras de las familias de los halcones y los gatos no
se han producido o incrementado por la voluntad de estos animales; pero entre
las distintas variedades que existieron en las formas más tempranas y menos
organizadas de estos grupos, siempre vivieron más tiempo aquellas que tenían
mayores capacidades para sujetar sus presas. Tampoco la jirafa adquirió su
largo cuello por el deseo de alcanzar el follaje de los arbustos más altos, y
constantemente estirar su cuello con tal propósito, sino porque algunas
variedades con un cuello más largo de lo usual existieron entre sus antitipos y
se aseguraron de inmediato una amplia extensión de pasturas frescas sobre el
mismo terreno que sus compañeros de cuello corto, y ante la primera escasez de
alimento esto les permitió vivir más que ellos. Incluso los peculiares colores
de muchos animales, especialmente insectos, pareciéndose tanto al suelo o las
hojas o los troncos en los que habitualmente residen, son explicados por el
mismo principio; porque aunque en el transcurso de eras variedades de muchos
tonos pueden haber existido, sin embargo aquellas razas teniendo colores mejor
adaptados para ocultarse de sus enemigos inevitablemente serán las que sobrevivirán
más. Tenemos también aquí una causa para explicar ese balance tan
frecuentemente observado en la naturaleza, - una deficiencia en un conjunto de
órganos siendo siempre compensada por un desarrollo incrementado de algunos
otros – alas poderosas acompañando patas débiles, o gran velocidad supliendo la
ausencia de armas defensivas; ya que se ha mostrado que todas las variedades en
las que se presenta una deficiencia no balanceada no puede continuar mucho su
existencia. La acción de este principio es exactamente como la del regulador
centrífugo de la máquina de vapor, que controla y corrige cualquier
irregularidad casi antes de que se hagan evidente; y de manera similar ninguna
deficiencia no balanceada en el reino animal puede alcanzar una magnitud
notoria, porque se haría sentir desde el primer paso, tornando dificultosa la
existencia y llevando a una casi segura extinción. Un origen como el que aquí
se propone estará de acuerdo con el carácter peculiar de las modificaciones de
forma y estructura que prevalecen en seres organizados – las muchas líneas de
divergencia a partir de un tipo central, la creciente eficiencia y poder de un
órgano particular a través de una sucesión de especies relacionadas, y la
notoria persistencia de partes sin importancia tales como el color, textura de
plumaje y pelo, forma de cuernos y crestas, a través de una serie de especies
difiriendo considerablemente en características más esenciales. También nos
provee de una razón para esa “estructura más especializada” que el Profesor
Owen sostiene es una característica delas formas recientes comparadas con las
extintas, y que sería evidentemente el resultado de la modificación progresiva
de cualquier órgano aplicado a un propósito especial en la economía
animal.
Creemos que
ahora hemos mostrado que hay una tendencia en la naturaleza a la progresión
continua de ciertas clases de variedades más y más lejos del tipo original –
una progresión para la cual no parece haber razones para asignar límites
definidos – y que el mismo principio que produce este resultado en un estado de
naturaleza explicará también por qué las variedades domésticas tienen una
tendencia a revertir al tipo original. Esta progresión, por pasos minúsculos,
en varias direcciones, pero siempre controlada y balanceada por las condiciones
necesarias, sólo sujeta a las cuales la existencia puede ser preservada, puede,
se cree, seguirse hasta estar de acuerdo con todos los fenómenos presentados
por los seres organizados, su extinción y sucesión en eras pasadas, y todas las
extraordinarias modificaciones de forma, instinto, y hábitos que exhiben.
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Texto en versión original en inglés: John van Wyhe, ed.
2012-. Wallace Online. (http://wallace-online.org/). RECORD:
Darwin, C. R. and A. R. Wallace.
1858. On the tendency of species to form
varieties; and on the perpetuation of varieties and species by natural means of
selection. Journal of the Proceedings of the Linnean Society of London. Zoology 3 (20 August): 45-50.